11 julio 2008

Olivio Putapara

Por: Gino Ceccarelli.



Siempre andaba retraído, no participaba como todos los demás niños del colegio en los frenéticos juegos a la hora del recreo. Nunca lo habíamos visto correr, ni saltar, ni hacer deporte alguno.

Olivio Putapara era un niño de cuerpo grande, inmenso como el de un adulto. Increíblemente musculoso y fuerte para su edad. Era también muy inteligente, tímido, hablaba poco y con la cabeza gacha. Sabíamos que pertenecía a una etnia nativa, sabíamos también que para venir al colegio se levantaba a las cuatro de la mañana y remaba por más de dos horas su canoa por el amazonas para llegar puntualmente y, de la misma manera, necesitaba casi el mismo tiempo para retornar a su casa que quedaba en alguna ribera de nuestro río.

Había cumplido doce años y medía casi un metro setenta de puro músculo, mientras que los demás que teníamos casi la misma edad no pasábamos del metro treinta. Recuerdo que alguna vez alguien le retó a que podía doblarle el brazo. Olivio se paró en medio del salón de clases, abrió los brazos en forma de cruz y ni siquiera entre varios pudimos moverlo, incluso nos divertimos colgándonos de sus bíceps como si fuera un árbol sin que él mueva un ápice de su cuerpo.

Una profesora nos confesó que sufría de gigantismo, de una alteración de la hipófisis. Nos habló de algo así como acromegalia, de su adolescencia precoz y de que su masa muscular se debía seguramente al trabajo en la chacra.

Cuando llegó el fin de año y tocaba hacer la última clase de educación física, el profesor colocó en el patio de recreo un taburete con una tabla de pique y una colchoneta. El ejercicio que tocaba hacer era simple: teníamos que correr hacia la tala de pique, saltar sobre él, impulsarnos, pasar por encima del taburete y caer sobre la colchoneta. Algo fácil para cualquier niño de nuestra edad. Más que un ejercicio, era un juego.

-¡Olivio! ¡Ven para acá muchacho!- llamó el profesor –Mira, durante todo el año no has hecho ningún ejercicio. Entiendo que tus padres no pueden comprarte uniforme de educación física y que a lo mejor te da vergüenza participar porque eres grande pero, si no hacer ejercicio hoy día me veré obligado a jalarte en el curso y no creo que quieras eso, ¿no?

Olivio le escuchaba con la cabeza baja.

-Lo único que te pido es que hagas el ejercicio de hoy para aprobarte y así evitarás recuperar en las vacaciones, además yo sé que vives muy lejos y no podrías venir.

-Ya pues, Olivio- empezamos a decirle todos los compañeros de clase –el ejercicio es facilito, solamente tienes que darte viada, correr, saltar y caer como sea sobre la colchoneta.

Algunos de nosotros le hicimos demostraciones de cómo era el ejercicio para terminar de convencerlo.

-No seas tonto, además tu eres fuerte y no va a pasar nada. Es un solo salto.

Lo convencimos.

Se quitó la camisa y quedamos impresionados de su musculatura, se quitó también los zapatos y se remangó los pantalones. Retrocedió y se puso a unos diez metros del taburete. Como nunca había hecho deporte dudaba de su capacidad de salto. Se alejó un poco más, no se decidía. Se volvió a alejar mientras que nosotros le gritábamos tratando de darle ánimo.

-¡Ya Olivio, corre! ¡de una vez! ¡ahora o nunca Olivio!

Se alejó una vez más y llegó hasta la puerta del corredor que estaba a unos cincuenta metros. Se agazapó, metió la cabeza entre los hombros y emprendió la carrera.

Ahí supimos que era tarde...

Parecía un toro en embestida. A grandes trancazos, con los ojos muy abiertos y a toda velocidad se abalanzó hacia el taburete. Hizo un pique perfecto que sonó como un golpe de comba. Pasó por encima del taburete, por encima de la colchoneta. Olivio literalmente volaba. Pasó por encima de nosotros. A unos cinco metros había seis motos estacionadas. Pasó también por encima de ellas. Seguía volando. Al fondo estaba una enorme pared de madera donde quedaba el depósito y la carpintería donde reparaban las carpetas malogradas. Atravesó la pared con un estruendo de rayo y (por fin) cayó sobre las carpetas y tablas destrozando todo lo que allí se encontraba. Unos segundos después la pared le cayó encima y se formó una enorme y caótica montaña de tablones y palos destrozados.

¡Se mató! Dijimos todos sin atinar a reaccionar.

Cuando las últimas virutas caían encima de ese caos y la polvareda se disipaba, unas tablas empezaron a moverse y de entre ellas pudimos distinguir un brazo, luego la cabeza de Olivio, su cuerpo y sus piernas, todo cubierto de aserrín, virutas y polvo.

Caminó lentamente hacia nosotros que estábamos estupefactos, pálidos y con las bocas abiertas. No podíamos entender como podía caminar o simplemente estar vivo después de tal golpe.

Olivio nos miró y cuando entendió nuestro desconcierto solo atinó a decir:

-¡Me he golpeado mi codo!

3 comentarios:

La Maga dijo...

Lo adoro!!!!, ya me parece escucharlo con su acento tan especial. Me he golpeado mi codo!!!!!!!!!!
Es muy tierno.

Anónimo dijo...

Me pregunto qué será de tu amigo Olivio. A mí también me tocó estudiar con personas que se movilizaban en canoas para poder llegar al centro de estudios. En esa época no entendía mucho de la realidad de la gente que vivía en las riberas, pero compartir carpeta con estas personas nos hacen ver lo afortunados que somos por el simple hecho de haber nacido en una familia diferente (cosa de la cual no tenemos control).

No solamente se trataba de llegar al puerto de nanay, sinó de tener para pagar la ida y la vuelta del colectivo que tenían que tomar para poder movilizarse hasta el centro de estudios. Y si vamos profundizando un poco más, tendríamos que sacar a relucir el sacrificio de esos padres para enviar a sus hijos a la escuela, que ya de por sí, es un mérito aparte. Sabido es que no los mandan a la escuela porque los necesitan para el trabajo, y prescindir de su ayuda, es desde ya algo que los pinta de cuerpo entero: desean algo mejor para sus hijos y hacen todo lo que esté a su alcance para lograr que ellos los superen y consigan una vida mejor.

Nuestra tierra está llena de héroes anónimos como los padres de este tu amigo Olivio y de aquellas personas que yo también tuve el honor de conocer en algún momento de mi vida.

Anónimo dijo...

me llamo olivio y me ha gustado mucho porque me identifico mucho , es en breve un resumen de mi vida.

parece que es mi biografia, olivio españa