09 julio 2006

MIRADA DEL BUHO: PREMIO COPE DE POESIA 1987

En 1987, Carlos Reyes Ramírez (Requena, Loreto; 1962), joven estudiante de Biología de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, dio la clarinada de alerta en la literatura peruana respecto del surgimiento de una nueva poesía, que se estaba cocinando fuera de los extramuros de la cofradía oficial limeña. Esta era fruto de la arrogancia juvenil, es cierto, pero también de un talento que, individual en todos los casos, era inevitablemente apéndice de un movimiento que se agrupaba en torno a una denominación, Urcututu (que el vocabulario regional suele usar para referirse al búho o lechuza, ave de mítica significación en varias culturas y sociedades antiguas y en algunas aún insertas en el presente tiempo- sin tiempo - del mundo moderno), el cual además estaba dispuesto a transmitir muchas ideas, a plantear nuevas propuestas y a sacudir el marasmo del stablishment con dosis de frescura, desenfado e inteligencia a raudales.

Efectivamente, Reyes, a los veinticinco años, produjo una conmoción al ganar (en triunfo compartido con Eduardo Urdanivia) la III Bienal de Premio COPE de Poesía 1986 por su libro Mirada del Búho. Demás está mencionar la extraordinaria importancia del galardón otorgado bianualmente por PETROPERU, considerado el más prestigioso y pecuniariamente interesante que se entrega en nuestro país.

El grupo cultural Urcututu, al que pertenece Reyes, con este lauro, lograba la primera de sus sonadas victorias, pues luego se mostrarían en todo su esplendor Ana Varela y Percy Vílchez , con sendas victorias en los COPE de 1992 (poesía) y 1994 (cuento), respectivamente.

Pero ¿qué es aquello que hace tan valioso, apreciable y admirable en Mirada del Búho? En primerísimo lugar, el hecho de que ésta es la opera prima de Reyes, escrita por él entre los 19 y 21 años. Efectivamente, para aquellos que luego de quince años después volvemos a releer esta obra, seguimos admirando la frescura, trascendencia, así como el nivel superlativo de su lenguaje. Si pudiéramos parafrasear al autor, este triunfo lo encontraba solo, sin bebidas ni latas de pescado en sus exhaustos almacenes, ebrio en busca de territorios donde anclar los párpados, entre Hamlet y Yarapa, entre la lucha de clases y una generación bastarda que contemplaba absorta la decadencia y aún así se mostraba indiferente o cómplice.

Mirada del Búho es, quizás, una aplicación de los más arraigados principios que motivaron al grupo Urcututu a irrumpir en la escena cultural loretana con una propuesta que apelaba a la ruptura y la confrontación pero que tenía una contrapropuesta estética y ética honesta y decididamente atractiva. Cuando Reyes se integró al Grupo Urcututu, con Vilchez y Saavedra –el que falleció en las fatídicas aguas del Napo-, formaron a decir del propio Vílchez, la famosa Banda de los Cuatro, “poetas huérfanos de padre, visitante asiduos de las bibliotecas y polemistas tenaces, que nunca recibieron órdenes de nadie, nunca dejaron de escribir”.

No sería en absoluto retórico señalar que Urcututu es el más importante movimiento literario de la Amazonía Peruana del último cuarto de siglo (incluso de mucho tiempo atrás). Comparten este entusiasmo destacados críticos como el profesor de la Universidad Católica, Ricardo Gonzales Vigil, quien en su estudio “Poesía Peruana del Siglo XX” (1999) señala que junto a Varela (y, acotaríamos nosotros, el extraordinario Vílchez) , Reyes “trae el aporte amazónico a la poesía peruana de los 80.”

Según el estudioso Roberto Forns-Broggi ( “Identidad colectiva y poesía amazónica” En: revista Amazonía Peruana, Tomo XIV, Nº 27, 2000; pp 213-230), las referencias históricas y culturales del libro presentan una voz ancestral que atraviesa a la voz del autor. Lo que Forns-Broggi lee en esta poesía es una “esforzada pertenencia al mundo vegetal, mineral y animal”. Esta perspectiva está “contaminada de historia”, en la que la innegable vocación de la narración fragmentada y terrible de las desgracias colectivas plantea una nueva forma de exteriorización del sufrimiento ante la barbarie manifiesta.

La memoria del narrador de este poemario siempre está en el camino del relato de las grandes derrotas, de lo difícil que significa crear una personalidad cuando se está rodeado del caos. La idea de la caída personal y moral está planteada como asunto inevitable y definitivo (Un barco se aleja de este puerto/ y yo estoy solo sin adonde ir) y la confusión de la pérdida y la elucubración del determinismo desbordan varios versos del conjunto:

Nada ha cambiado mientras caminas bajo
la lluvia. Las calles son las mismas
y una brutal tempestad cae sobre tus ojos (...)
Y reconocimos que bajo nuestro cielo
las bocas se secaron
y siempre hubo una tarde de violencia
para nuestros cuerpos mojados por la lluvia


Podemos replantear la idea que subyace en Mirada del Búho como una lucha profunda del autor contra el surrealismo asfixiante del paisaje y el discurso de sus variados arquetipos: la impetuosidad, traducida en la espléndida pieza que hace mención a la búsqueda de la perfección en Alabanza a Sinacay, la crudeza y violencia de una idea esculpida mentalmente como colectivo (“al amanecer bajo los escombros de la ciudad / dormida, Yaquerana, como una ramera insolente, / espera”), la esperanza planteada en Territorios para Megwal, sentimental como un “onomástico sobre estrellas ardientes”.

Esta es una poesía donde se percibe la educación sentimental, la evocación de las pasiones nacientes y, cómo no, dolientes del ser humano. El aroma temporal y contextual impregna el drama amoroso del poeta y le hace volver a sus ancestrales raíces, cual viaje a la semilla. Aquellos lugares que el narrador nombra con manía de viajero impenitente y geógrafo autodidacta, esas curvas y formas que confronta ante el papel, como erotómano avergonzado, esos rostros y esas líneas esculpidas fríamente cual parientes cercados por la sangre y el oficio, son la invasión del recuerdo. Todos los lugares planteados en el devenir de las páginas se observan ya no como planetas de una galaxia perdida, sino como alimento cotidiano, sonido madrugador dentro de la regresión poética.

Debemos concordar que la poesía de Reyes se sustenta en una visión histórica y existencial que, y aquí reafirmo el tema mayor de la corriente a la que pertenece, va en busca del sueño máximo: el descubrimiento de la utopía. La esencia del libro radica en sus postulados primarios, como la desesperada constatación del triunfo alegría sobre el dolor, de la magia sobre el deterioro. Mirada del Búho es un fresco notable que supo captar la imagen incandescente de nuestros demonios interiores y exponerla con particular desmesura:

Al final de esta densa noche, para vivir
contigo, aprendí de árboles que claman
un nombre que no puedo desterrar
y he caminado entre cuerdas cortadas/ por el viento
pisando el desamor sobre los días negros
(Canción de la isla)


La búsqueda de la utopía ha sido y es un tema recurrente de la obra de Reyes, planteada en sus posteriores libros. En el anteriormente nombrado En el mejor de los mundos se observa que esta travesía en la que participan desigualmente la contemplación, el aprendizaje, la asunción de una verdad que nos inquieta pero no podemos obviar, no son estaciones supersónicas de una Obra total, sino a veces penosos vagones movidos por los carbones de la guerra interior, el tesón y el desencanto. De esa derrota y esa desilusión del encuentro con la felicidad también habla este universo:

En estos días el goce ya no habita
el pecho de las estáticas fieras,
y el recuerdo manso como una ola fría,
es la canción que resopla un informe brutal
mientras el río ha permanecido quieto
igual que una guitarra muda
(Canción muda)

Es verdad que en los versos de Mirada del Búho existe la confesión y la protesta. La confesión es un juego de memoria compartida, en donde se impregna lo armonioso y lo desgarrador. La protesta se encuentra desde la concepción de su tiempo, como en la posibilidad de alejarse del tópico nativo para así construir significados que no pretenden acumular una territorialidad y una dimensión, sino ellos, per se, son toda la dimensión de la ética de denuncia del autor. Del primer ejemplo, tomamos fragmentos de 1983/ los años y del segundo tomamos fragmentos de Hamlet, respectivamente:

Hoy no basta que viajemos como un ave desganada
al amparo de la luna. Porque otro será
nuestro sueño en las noches violentas:
un imprevisible ascenso de cuerpo malherido
y nuestra piedra imposible una lluvia que rompa
los cristales de la memoria que se aventura
(1983/los años)


Ofelia, sumida en charcos de tristeza conspira contra
mi vida
que ya no sirve sino para ahuyentar a los perros
que viajan a otras tierras llevando mi locura y mi
desgano.
Y mi madre duerme
Desnuda en un lecho de piedras, cubierta de
escupitajos
que vomitan las bocas clausuradas por el filo de una
daga.
(Hamlet)

Este es, además, un homenaje a la Abuela, que vendría a ser una manifestación de los recuerdos de la propia abuela de Reyes, María Vela. La Abuela camina contándonos historias de tunchis y aborígenes, de un pueblito perdido cerca a Requena llamado Yucuruchi, de su paraíso de ropa ajena. La Abuela es el tótem que venera en este libro como esperando que su invocación dé la fuerza necesaria para salir airoso de la segmentación. Este homenaje se transforma en ternura con los versos de En el mejor de los mundos, pero aquí adquiere particular y sabia memoria a través de la crónica de los asedios del Yarapa. Según Sui Yun, otra vez, acá se funda es la memoria de la Abuela la que está presente en el poeta “recorriendo la memoria que arrastran tres generaciones, la poesía coactivada por la rabia o inconformismo, retoma la historia, sea de Hamlet, sea la de su pueblo (Requena) para escribir versos de una consistencia novedosa”. De algún modo, todas esas historias de invasiones, esos testimonios del acoso, exterminio y la depredación son imaginería destinada a la exaltación de la poderosa y fantástica memoria de la Abuela:

Gran comarca de lavanderas que atrapan peces
en las bandejas ¿para qué he venido?
¿A qué he bajado a esta llanura? Desde lejos
un agudo anzuelo me devuelve a las cochas,
me ata a la soledad de fusiles montaraces,
mientras al otro lado del mar la guerra II
fenece a tiempo. Ya era tiempo
(Yarapa)

Forns-Broggi señala los nexos comunes de Reyes con otros poetas, en especial poetisas, que tienden a identificarse con la naturaleza que los circunda; en se empeño menciona los casos de Dolores Castro, Claribel Alegría, Dulce María Loynaz, la antes mentada Gioconda Belli, Luz Lescure, entre otras. Finaliza explicando que ejemplos como el de Mirada del Búho tienden a demostrar una solidaridad con las víctimas de la occidentalización y de la búsqueda de un capital cultural y simbólico acaso nunca descubierto dentro de los linderos de la civilización que ahora nos domina.

En un Suplemento Cultural de El Comercio de septiembre de 1987, Reyes dice que sus poemas tienen un origen de extrema espontaneidad, como un “fluir de emociones” que no tiene tiempo ni lugar previsibles; sean que rememore el viejo esplendor de Iquitos (Todavía quedan sembrados los fierros y las losas/ que surcaron el Atlántico/ y esas antiguas catedrales de crujientes puertas); sea que recree la trágica expedición al Yaquerana: (Es el sexto día desde los aviones/ (pájaros calientes que derraman cacerinas). Y es el día seis en los párpados helados/ por el miedo, la desolación y los ritos/ giratorios del viento)

Mirada del Búho (reeditada esta vez gracias al esfuerzo de la editorial Tierra Nueva) transita por la subjetividad y en aquella, plagada de surrealismo amazónico (si tuviera que hacer un paralelo, me atrevería a recordar a la nicaragüense Belli, su modelo y fetiche) se concentra lo más apreciable de la poesía de Reyes. Felizmente, no es poeta “amazónico” bajo los tópicos clásicos que se conocen, sino que, a partir de lo amazónico y cotidiano, tiende a representar a su tiempo y su contexto, lo cual efectivamente confirma la universalidad de su discurso poético. Su lirismo, como bien afirma Ana Varela, “rompe y desgarra las tristezas y sinsabores del pasado para superar la quietud y el abandono, la frustración y la pérdida más allá del recuerdo y sus tormentos”.

Todos los poetas tienen el corazón lleno de árboles, indica Reyes. Aquél mundo que el autor experimenta y expresa con cantos conmovedores donde la ternura puede trastocarse y volverse malicia o, aún más, euforia u odio. En otras palabras, la Amazonía y sus espejos (ríos dorados de escamas) son el pretexto perfecto para bosquejar con pulso firme y desbocado esta obra mayor de la literatura regional, que al fin y al cabo resulta tan sólo un pequeño tratado sobre nosotros y las miserias que nos asaltan, acaso, de cuando en vez.

Iquitos, marzo 2004.

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