17 junio 2006

EL SUBDESARROLLO DEL FÚTBOL PERUANO (APRENDAMOS DE ECUADOR)

A veces, la destrucción del reino y las capitulaciones generales no constituyen un tema de tácticas, de planificación o de suerte. Son, simple y llanamente, una cuestión de actitud.

El año 1992, durante la disputa del Campeonato Descentralizado del fútbol nacional (en que participaron 16 equipos de Lima y provincias) el Colegio Nacional de Iquitos (CNI) andaba maltrecho, caminando a tumbos, sin embargo permanecía situado a mitad de tabla a la altura de la fecha número 25. Faltaban cinco para la culminación del certamen y era casi imposible que en esas circunstancias CNI descendiera de categoría, como advertían exageradamente algunos comentaristas deportivos de entonces. Su puntaje sumaba 22 unidades. El penúltimo equipo, Manucci de Trujillo, tenía 17; mientras el antepenúltimo, Defensor Lima, portaba 20.

Parecía muy difícil que el equipo norteño remontara y pasara al “glorioso”. Pero, en medio de una crisis institucional generalizada, las cosas simplemente se desviaron de su cauce. Durante ese breve y a fugaz lapso de tiempo, CNI encajó sendas goleadas (4 a 1 contra Alianza Atlético; 3 a 1 contra Defensor Lima y, en la última fecha, 5 a 0 ante León de Huánuco).En la trigésima fecha, la desolación se hizo evidente: CNI había alcanzado 24 puntos, 13 más que Hijos de Yurimaguas, pero lamentablemente 1 punto menos que Manucci (con 25) y dos puntos menos que Defensor Lima (con 26). El equipo albo perdía la categoría de forma por demás humillante y descendía a segunda. Nunca más se pudo recuperar de aquella situación.

Nadie entendía cómo un equipo que había llegado a disputarle durante fechas anteriores las primeras posiciones a los grandes - Universitario, Cristal o Melgar - terminara hundido en el sótano del torneo. Las evidencias apuntan a que se llegó a este desenlace por una cuestión premeditada. Mentalmente, los jugadores medrosos y los dirigentes mediocres habían concluido que ya no había nada que hacer, que posiblemente no valiese la pena seguir desplegando esfuerzos en un resultado que, como tal, no ofrecía ningún beneficio económico al club. En palabras más sencillas, el CNI terminó “echándose” impúdicamente, a fin de acelerar su descenso a los infiernos del balompié local. La “fracasología” había cobrado una nueva víctima.

Todo esto me viene a la memoria a raíz de los sentimientos encontrados que produce la constante fracasología de la selección peruana de fútbol en su camino a un campeonato mundial. Por un lado, sentimos resignación, esa que ya nos mantiene 24 años sin una buena noticia y nos ha ido acostumbrando a las constantes caídas. Pero al mismo tiempo, sentimos rabia, furor que enerva las neuronas y oprime el pecho al ver a quienes supuestamente representan nuestra razón de ser en este mundo entregarse sin ningún titubeo a las más lamentables apatías e indignidades.

El fútbol (y la autoestima) en nuestro país han entrado en un estado de franca descomposición. Representan la evidencia palpable que el sentimiento patrio no puede más ser depositado en un grupo de tipos que no muestran talante, valor, temple, fortaleza, coraje y, más aún, vergüenza deportiva. Al contemplarlo así, crudamente, el asunto asquea. Es asqueroso, sin falsos eufemismos.

Se ha derrumbado además toda una filosofía de trabajo. Y en ella tiene su cuota de responsabilidad y su nivel de informalidad respectivos. El problema no es necesariamente de caras o de nombres. Es actitud, y cuando la actitud anda doblegada por intereses diversos, no hay raza que destaque ni pasión que se imponga; tan sólo una constante y perenne ignominia.

Podemos hablar que un equipo no representa a una Nación. Podríamos señalar, como Jorge Luis Borges, que es de necios creer que veintidós tipos con pantalones cortos que le pegan a un balón pueden encarnar el honor de sus respectivos países. Sin embargo, eso no es rigurosamente cierto. En primer lugar, porque somos un país a la caza de emociones y artificios que permitan evadirnos de una realidad asfixiante, aun cuando estos viajes sólo duren un suspiro. En segundo lugar, porque creemos mucho en símbolos y así como Tiwinza personifica nuestro orgullo patrio (y no “un pedazo de tierra inhóspita”, como alguna vez señaló el ex canciller Fernando de Trazegnies), así también estos tipos son nuestros guerreros, nuestros luchadores, nuestros soldados dispuestos a llevarnos a las alturas de la gloria. Adicionalmente, tema muy difícil de obviar, somos futboleros, por nuestra sangre corre fútbol, soñamos fútbol, a veces hasta comemos fútbol. Lógicamente no pretendamos desconocer los hechos y más bien analicemos desde aquellas premisas.

Por ello, es doloroso ver perder a la selección de ese modo, con una traición tan grande a los dictados del corazón y de la razón. Eso fue Perú en la pasada eliminatoria: pura indigencia, harta cobardía, inenarrable imbecilidad y, más aún, proverbial ineptitud.

Esta es la generación que hace rato debe irse. Es la generación de vacas sagradas que nunca ganaron nada con la blanquirroja, como Palacios, Solano, Jayo. Esta es la generación que se llena de politos con el cansino “Te amo Perú”, pero a la hora de poner lo que se debe en un campo de juego, se convierten en timoratos y autistas hijos del fracaso. En este país donde el éxito se paga caro y donde la mediocridad reina, el subdesarrollo mental de que hablaba Lawrence Harrison es hijo de esta cultura siniestra, que nuestros “bravos muchachos”, esos que le dan de comer y robar bien a una cantidad impresionante de miserables en las altas dirigencias, esos que son la estrellitas instantáneas de un periodismo y unos empresarios insensatos y pirañas, parecen no intentar abandonar en lo absoluto.

En esta bendita ciudad, nuestros equipos han sido una secuencia fulgurante de esto. El CNI nunca ganó en la cancha su derecho a estar en el fútbol profesional, sino fue “invitado” por los equipos limeños. Ese equipo ganó un torneo de fútbol en 1977, pero ese cayó en la respectiva liguilla final se cayó, así como se cayó (aunque con robo) en 1984. O, que el Hungaritos Agustinos, que hace sólo 20 años amenazaba con generar toda una insurrección de juego bonito y belleza, hoy no es más que un buen recuerdo depositado en una urna de cristal. Ni qué hablar de las volátiles ilusiones del Chacarita Versalles. No tenemos tradición de triunfadores permanentes. Sólo somos chispazos, intermitencias que se ahogan en la bruma de la mediocridad en que parecemos nadar ya casi por costumbre.

Finalmente, tomo el caso de Ecuador, aunque algunos idiotas crean que no es buena idea, como positivo ejemplo de vida. Dicho país se dio cuenta que no podían lograr nada que se propusieran, al menos en el terreno futbolístico, sino cambiaban de actitud y de esfuerzos. El proceso se inició a principios de los noventa y en estos casi quince años, aplicando un trabajo a largo plazo, apelando a las divisiones inferiores, con dirigentes inteligentes y capaces y sobre todo una contagiante mística ganadora, han logrado que sean espectadores directos (junto a Bolivia, que inició el camino en USA 1994) en los mundiales Japón-Corea 2002 y al parecer - luego de su pase a segunda ronda - también en Alemania 2006, pero esta vez como protagonista sorpresivo pero importante.

Envidiable, sin duda alguna, el modelo ecuatoriano. Es hora que en nuestro fútbol y en nuestra mentalidad se opere una auténtica revolución. Eso empieza por separar la paja del trigo y por señalar los nuevos retos de este modelo. Ojalá el 2010 podamos cosechar buenos frutos.

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