04 enero 2006

LA DESTRUCCIÓN DE LA CULTURA

Que en esta ciudad desconocemos el significado de una política cultural institucionalizada resulta, luego de tantos vaivenes existenciales, una auténtica perogrullada. A la hora de pensar en modelos aplicables para encontrar un sentido artístico, estético y educativo a nuestra región, callamos la boca en todos los idiomas, incluyendo nuestros dialectos particulares. La cultura en Loreto se encuentra destinada al triste papel de pariente pobre, con local prestado y arrimada a su suerte, teniendo que lidiar diariamente con los caprichitos de algunas autoridades aplanadas y en edad senil.

La cultura está, pues, desguarnecida, y ante ello no tenemos gente para manejarla adecuadamente o para convertirse en inteligentes celadores de sus intereses. No hace mucho pensaba que el gran problema del rubro era la falta de apoyo de las instancias oficiales, de los gobiernos de turno, de los dignatarios que, en su mayoría, me parecían unos impresentables. Ahora, creo que el asunto no sólo amerita catilinarias contra el ogro filantrópico populistoide (término que acuñó Octavio Paz para referirse al Estado), sino con quienes dicen representarla o con quienes son sus supuestos beneficiarios.

Sí pues, algunos han creído que la cultura es un medio burocrático de subsistencia, en el cual su pequeño prestigio de poetas, de artistas, de teatreros, de animadores les da la capacidad para enfrentarse con altura a este difícil desafío. Mentira, pues. Por ejemplo, algunos amigos se han graduado de embajadores del mandón de turno y su presencia justifica las buenas paletas y el decorado oficial, trabando propuestas editoriales inviables y exponiendo su insigne cara de ignorancia en cuanto a cuestiones administrativas, proyectos y análisis coherentes se refiere.

En esta tragedia, donde el Prefecto de la ciudad, con una ligereza absoluta, a cada rato amenaza al Instituto Nacional de Cultura con desalojarlos del local del Boulevard sólo porque le da la gana, el presupuesto mensual de esa institución, para todo gasto, asciende a cuatro mil seiscientos soles. De esa cifra, que es inferior a lo que ganaría cualquier gerente edil (“sin muertos ni heridos”, por lo demás), se deben pagar sueldos, servicios, proyectos en espera. ¿Alguno en su sano juicio pretende que con esa plata – o con lo que debe sobrar - se haga promoción cultural efectiva? Meras ilusiones.

Efectivamente, el desinterés es total en todos lados. No sólo es culpa del gobierno regional, tampoco sólo de las municipalidades. Aquí le toca a todos nosotros, a las instituciones privadas, a quienes ganan con los intereses usureros que cobran pero no son capaces de meter dinero para financiar eventos que levanten el conocimiento de esta colectividad. Aquí le toca a todas las transnacionales que se llevan la plata fácil, pero han reducido su inversión en el rubro artístico. Va para todos los empresarios, dueños de cadenas de entretenimiento que no han apostado para nada en este aspecto, salvo para el canje. Esto va para todos nosotros, hipócritas que nos la pasamos rajando del Estado, del desinterés de los privados, pero nos negamos a comprar un libro (queremos que nos lo regalen), a adquirir discos piratas, a ver películas en VCD de cinco soles, de pésima edición y calidad, y no asistir al estreno de obras maestras como para dar paso a bodrios asquientos, éxitos de taquilla asegurados del subdesarrollo.

Nuestra realidad cultural, resulta ser una jauría de viejos decrépitos, payasos con ínfulas sobrenaturales, ebrios habituales sin ningún talento y ninguna vergüenza y ciertos figurettis que se sobrexponen y logrando, con mucho esfuerzo, sus fifteen minutes a costa del auto maltrato. ¿Tan poco hemos avanzado, tan inútil es nuestra clase intelectual que no se ha permitido siquiera una autocrítica sincera para no incidir en el fango argumentativo en que caen día a día?

Claro, uno añora una cultura nueva, un mundo cultural donde haya intercambios fluidos de ideas, polémica, debate, encono y las viejas rivalidades artísticas, si se quiere, pero no un bajo espectáculo arrabalero de viejas lavanderas resentidas y viperinas que usan la libertad de expresión y una tribuna en la prensa con el fin de destruir honras, asesinar moralmente, linchar públicamente actos honestos y a dar rienda suelta a todos sus desvaríos y enconos personales, cuando no sus patologías y su psique minusválida.

La cultura no da réditos porque no da coima. No da 10% (o 20% o 30%) por presupuesto aprobado. No genera negociados debajo de la mesa ni se preocupa por engordar las cuentas secretas donde los mandamases depositan el dinero mal habido, cuentas de testaferros, interpósitas personas, familiares futbolistas o cantantes folclóricos. Y tampoco te llena el estómago, menos te embriaga o te hace bailar. No, qué va; lo único que puede hacer la cultura es generar una riqueza espiritual interna, un sosiego y una libertad que nos hace invulnerables a los cantos de sirena de los mentecatos y los dictadores; contribuye a que el pasado y el presente se fusionen a fin de repetir las grandiosidades y evitar los cataclismos en el futuro; establecer la línea exacta entre los constantes rebeldes en busca de un mañana mejor, con riqueza material y desarrollo endógeno y los encajados sumidos en su televisor de catorce pulgadas bramando por Magaly Medina, en su radiecito prendido en los programas gritones de la mañana y su póster de la Karen Dejo pegada en la pared de la sala, fina cortesía de tu diario El Popular.

¡No, qué va, público culto y sensible! Si salgo con mi latita a pedir colecta para la cultura, casa por casa, calle por calle, institución por institución no me va alcanzar ni para el pasaje de regreso para la península ibérica. Mejor lo dejamos ahí, hasta que podamos conseguir, usted o yo, nuestro primer millón, a punta de sacrificio y trabajo, para donar para la cultura y sus singulares representantes. Sospecho que nos vamos a demorar un poquito ¿no lo cree?...

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