30 noviembre 2005

MOVIMIENTO CULTURAL Y EDITORIAL EN IQUITOS

Publicado en editorial de diario Pro&Contra (www.proycontra.com.pe) el martes 29 de noviembre


Hoy se presenta en la ciudad de Requena la edición popular de la inmortal obra de Miguel Cervantes Saavedra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Esta presencia se repetirá mañana en Nauta, donde además se realizarán sendos homenajes a este esfuerzo de Tierra Nueva Editores, que cuenta además con la presencia del destacado escritor loretano Percy Vilchez Vela.

Adicionalmente, en esta semana en que la Amazonía empieza a recibir el apoyo necesario para su difusión a través de la cultura en los más diversos ámbitos de la capital, empieza la XXVI Feria del Libro “Ricardo Palma”, y nuestra ciudad estará presente, con la presentación de la Antología Esencial de Ernesto Cardenal, que correrá por cuenta de nuestros conocidos César Ferreira y Francisco Bardales. Este hecho, inédito en la vida cultural loretana, se llevará a cabo el día martes 6 de diciembre.

Pero inmediatamente después, el martes 13, la Escuela de Postgrado de Letras de la Universidad de San Marcos recibirá a la edición del Quijote, y esta vez la presentarán verdaderos pesos pesados de la literatura nacional como Edgardo Rivera Martínez, Jorge Valenzuela y César Ferreira.

De este modo, Loreto entrega sus mejores lauros por medio de la cultura y el arte. Si tenemos en cuenta que se presenta con éxito la exposición “Amazonía al descubierto” en San Marcos con marcado éxito, y en la cual tiene mucho que ver la difusión de artistas de la talla de Christian Bendayan y Gino Ceccarelli, nos daremos cuenta que algo está pasando con nuestra región. Y la cultura, esa eterna cenicienta de los políticos sin visión, le está entregando señales de orgullo a la población local.

Este esfuerzo que es difundir la cultura desde adentro, es decir desde el hombre de las ciudades más alejadas, incluir a las provincias de la región y, simultáneamente, lograr conquistar la capital en los mejores escenarios y con la mayor presencia de medios de comunicación y espectadores posible, ciertamente es loable. Una verdadera caravana, en la que quienes estén interesados se aúnen, porque a pesar de todo, es lo que nos muestra como somos y como lo que podemos y queremos llegar a ser

28 noviembre 2005

EL ARTE DE REVELAR LA AMAZONÍA (FUERA DE ELLA)

El Centro Cultural de la Universidad San Marcos viene llevando a cabo una serie de actividades vinculadas a la difusión de la Selva peruana, titulada “Amazonía al Descubierto. Dueños, Costumbres y Visiones”, la cual incluye exposiciones de arte plástico, conferencias, mesas redondas, presentaciones de libros temáticos, proyección fílmica y ponencias sobre diversas manifestaciones teñidas de aquello que el cineasta Armando Robles Godoy ya bautizó hace un tiempo como la “muralla verde”.

Dentro de ese marco, el 20 de octubre se inauguró en el Museo de Arte de dicho centro de estudios la exposición múltiple, que se mantendrá abierta hasta el 15 de Diciembre. En el marco de esta gran muestra, titulada “La Soga de los Muertos. El Conocer Desconocido de la Ayahuasca”, la cual pretende mostrar los efectos que ha tenido sobre el arte contemporáneo, tanto académico como popular, el encuentro de los artistas con aquella planta denominada sagrada. Y entre diversas manifestaciones y formatos (pintura, escultura, fotografía e instalaciones), todas tienen un innegable eje temático que la vincula con nuestra más intrínseca maraña.

La exposición tiene como curador al pintor y difusor de arte amazónico Christian Bendayán y cuenta con la participación de Rohni Alhalel, Pablo Amaringo, Higinio Capino, Enrique Casanto, Gino Ceccarelli, Harry Chávez, Víctor Churay, Nancy Dantas, Rafael Díaz, Mónica Gonzales, Rubel Katip, Luis Alberto León, Eduardo Llanos, Yayo López, Francisco Mariotti, Alfredo Márquez, Francisco Montes, Ruth Montes, Juan Osorio, Juan Pacheco, Yolanda Panduro, Gerardo Petsain, Roldán Pinedo, Yando Ríos, Agustín Rivas, Rocío Rodrigo, Brus Rubio, Elena Valera, Eduardo Villanes, Armando Williams, Rember Yahuarcani y Santiago Yahuarcani.

Desde luego es loable que así suceda, y que una institución tan importante como la institución académica más antigua del Perú le dé un espacio al arte amazónico (del mismo modo como, en conjunto con la Cámara Peruana del Libro, le ha brindado espacios a la difusión editorial loretana). Contrasta la gran difusión de los medios capitalinos y el casi nulo interés que resalta la cultura en nuestra región y por parte de quienes deberían apoyarla.

El día viernes 25 se llevó a cabo la mesa redonda sobre arte amazónico contemporáneo, en la cual participaron los estudiosos Heinrich Helberg, Gino Ceccarelli y Christian Bendayan ,estos dos últimos muy importantes representantes de la nueva pintura loretana. Y aquí le quitaron muchos prejuicios a la gente. Como decía Ceccarelli, para la mayoría de los peruanos, la amazonía sigue siendo un espacio residual donde se encuentran todos los excesos de la creación, y algunos otros siguen repitiendo alegremente que es “la gran despensa del mundo”. Estamos hablando de más de un sesenta por ciento del territorio nacional que no está inmerso en los planes del Perú oficial.

La cultura y el arte amazónico se ha ido forjando dentro del rechazo, pereza e ignorancia del resto del país, mucho más preocupado en la anécdota que en el verdadero entendimiento e integración de la región en su impulso por mostrar, rescatar y valorar lo que hacen los creadores del trópico y, es necesario decirlo, de la automarginación existente. Demás está decir que la cultura amazónica no figura en ninguna estadística del INEI y no se toma en cuenta en los programas y planes políticos de los partidos y candidatos tanto regionales como nacionales.

Lo que, en todo caso, deberíamos valores y reconocer de todas estas expresiones es lo que algún asistente al evento señaló como la verdadera manifestación del arte sale de quienes a veces, desde fuera, se preocupan más por el destino de dichas manifestaciones que las propias autoridades. Lima, en ese sentido, mientras los politicastros baratos hablan de autonomía regional y apoyo al poblador oriundo, apoya mucho más el arte y la cultura (así como la identidad amazónica), que los propios representantes de la dizque cultura oficial.

Hay una ventana, pues, y los artistas, escritores y los verdaderos y talentosos exponentes de lo mejor que tenemos se han mostrado en su mejor nivel. Pero, repetimos, tienen que salir fuera para poder recibir el reconocimiento y sobre todo el apoyo, la difusión y la valoración que en nuestro Loreto, nuestro pobre Loreto repleto de ignorantes y corruptos sentados en los más importantes sillones de gobierno, no se le brinda ni siquiera por casualidad. Mientras la Feria del Libro de Miraflores, las universidades y centros más importantes y los medios de comunicación les dan cabida, los artistas reciben el vergonzoso ninguneo de los ineptos. Nunca como hoy es cierta esa frase de que los artistas no son profetas en su tierra. Pero no importa, aún así se hace cultura, se desarrolla conocimiento y se contribuye a una mujer comprensión de nuestra primera Nación geográfica y sentimental.

25 noviembre 2005

ADONIS

Sobre los desvaríos de una discoteca de ambiente y su variada fauna nocturna

En lo más íntimo del cielo
el alma de Adonis, como una estrella,
fulgura en su mansión de eternidad.
(Percy Shelley)

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Sábado, once pe-eme. Es una noche indudablemente extraña. Llueve desaprensivamente, con apático volumen sobre los hombros de la ciudad. Acordes tropicales se suceden en radios, parlantes, bocinas, se reiteran en la onomatopeya que nace del subsuelo. Patitas de araña surcan mi rostro con incomodidad, súbitamente trocadas en esferas líquidas y transparentes. La aplatanada penumbra donde todo parece estar destinado ya – aunque suene a ironía semántica – a nada, absolutamente nada, suceder. Camino lentamente por la Plaza de Armas de Iquitos sin pensar en nada más que en esta historia de neón esmeralda. Llueve en mi estéreo Roads, de Portishead.

Click. Una cámara digital de 5.5 megapixels dispara su cañón plateado con criminal belleza, destruyendo por un instante la oscuridad. Una turista con un polo “I Love NY” sonríe despreocupada en el Boulevard a un trejo y cetrino vendedor de chucherías al paso. No existen viajeros en este momento en las calles angostas. Diviso el panorama desde el cuarto angosto de este bar de marinos y potrancas fluviales. Un par de trapos nada más. Suficiente, nunca algo llega a ser permanente. Mi ajada billetera de aspirante a cronista marca diez soles. Rebelde sin pausa, harto del stablishment juerguero, ése tan decididamente mayor, claramente encorsetado, tan adecuadamente fashion, busco un planeta diferente. No tengo a nadie. Sobrevivo. Todo sucede en cuestión de minutos.

Andrógino, estirado sociólogo que vive al costado de mi habitación, se anuncia. Desprevenido, su esencia de buena familia sanisidrina y formación PUCP contrasta claramente con su joven aspecto de cazador de circunstancias. Su rostro blanquecino, casi albino resalta la camisa roja ceñida con mangas entubadas y flecos coquetos, con el jean Diesel focalizado, con las zapatillas urbanas Timberland con que se presenta a mi encuentro. Me invita a la “marcha charapa”. Sé que no podría resistirme. Mi polera del videojuego Atari lo señala. La condición, claro está, es que lo acompañe a “su” refugio, en algún lugar de la avenida del Ejército, allende el campo santo de los muertos tradicionales de la época del caucho, zona de guerra dominada por las amarraditas, el aparre y el cortejo cómplice de la oscuridad. Despierta una bombilla roja de fulgor descarado. Despierta el beat. Se empiezan a sentir los primeros acordes de una extravagante factoría que celebra el ritmo, el color, la erotomanía y la ambigüedad: Adonis; la discoteca “de ambiente” más ruidosa y popular de la urbe.

El avezado motocarrista que me lleva a 70 k-p-h por la avenida Cáceres se la lleva fácil. Desde una cuadra se puede distinguir la respetable hilera de autos, motocicletas y motocarros que montan guardia frente a su improvisado estacionamiento. Un barullo incesante, acompasado, creciente se adhiere a mis oídos. Es Kylie Minogue, ejecutando gloriosamente el himno Cant get you out of my head. Un par de chibolos lustra-tabas venden por lo bajo jebes jebes jebes. Satisfacción. Estamos a punto de recorrer el círculo luciferino. Bienvenidos a la jungla. Welcome to hell.

Todo es falso, aquello que une y que al mismo tiempo marca la frontera entre una vida y otra, me dice el Andrógino. El infierno, en todo caso, puede ser también un buen lugar. El Adonis (o ADN, como lo conocen en cierto mundillo) es heredero de una tradición de apertura hacia manifestaciones de su género que remecieron en su debida oportunidad esta aún pacata y cuchicheante aldea. Por ejemplo, un inmundo y destartalado lugarcito llamado La Jarra, ubicado nada menos que enfrente de la Villa de la Policía, famoso por sus fiestas salvajes y la promiscuidad de sus servicios higiénicos. La Jarra era para chicos duros de sensibilidad alborotada. Para jóvenes intelectuales y faranduleros encantados por su marginalidad kitsch. Para hombres y mujeres de corazón berraco. La Jarra finalmente tuvo que colgar los tacones, aquejada por su desprestigiada reputación y su achorada pinta, amén de la ira de las buenas gentes. Queda el recuerdo de sus colores enemigos entre sí, sus murales lascivos, sus mujeres de pelo en pecho.

La Jarra produjo hijos ilegítimos de toda laya. Uno de ellos fue el tristemente célebre Jaula de las Locas (ubicado enfrente del Hospital Regional de la ciudad, cerrado por desuso en junio de 2003, convertido después en un night club que adoptó el dudoso nombre de Botella Borracha), donde lo más divertido estribaba en las peleas de callejón que protagonizaban las airadas criaturas afectadas en su femineidad. Posteriormente, el LGY, del distrito de Punchana, pretencioso y decidido a toda costa por convertirse en la mejor discoteca gay de la ciudad, resaltó unas espectaculares drag que desfilaban por la vereda. Su fachada de pequeñita casa blanca e inmaculada, parecía impensable para devaneos hedonistas, incluidas relaciones públicas en sectores influyentes, muy reducidos, casi VIP. Su buena música, intersección de efectivos downloads y éxitos de moda que establece la serie televisiva norteamericana Queer as Folk, lo asemejaba a la legendaria cabina de internet Coconanet, diseñada y decorada bajo la exacta escenografía tropical, único lugar de la Selva donde se podía gozar la armónica convivencia, no exenta de esporádicas y mutuas bajezas, entre “heteros” y “homos”. Ambos tuvieron que bajar su telón el año 2004 y pronto se difuminaron en la espesa niebla de la nostalgia apta sólo para minorías.

El Spectrum, sobreviviente del caos, tiene peor fama. Ubicado en el sector de Las Colinas, en el populoso distrito de San Juan, ir hacia su espectral encuentro constituye una tarea de machos. Rodeado de un penetrante olor a orines empozados, su ausencia de luz exterior le da un aura de barcito portuario, incrustado en la desvencijada vegetación y cortado por un camino de tierra, al que la proverbial incontinencia climática de la región puede convertirlo en un fangal con sólo un abrir y cerrar de ojos. No hay acá estilizados representantes del transformismo sino maricones que provocarían el espanto generalizado de cualquier alma pura y santa: velludos, desdentados, patichuecos, Thalías ó Paulinas Rubio ensimismadas en una realidad alterna. Andan rodeados de una gama de maperos con intenciones comerciales, soldaditos del Fuerte Alfredo Vargas Guerra en día libre con todas las ganas y olores posibles, maleantes manos largas. Todos revueltos entre tanta voz de pito que se disfraza de grito salvaje cuando despierta el animal que llevamos dentro. No es aconsejable ir en motos y es mejor entrar en mancha (si eres demasiado osado) porque a la salida puedes encontrarte en medio de una guerra de pandillas, los Mashacuris y los Berracos, dispuestos a no dar tregua a los curiosos, chivos de mierda de barrio bajo.

Yo no sé mucho. Me interno en la madre de todas las invasiones de la piel. Los imprevistos acordes de un merengue me desarman. Un guachiman con facha de famélico 911 me retiene. El Andrógino lo mira fijamente a los ojos. Pago los dos soles que me solicitan, en noche estelar de sábado, como único derecho de entrada; no incluye trago, amiguito. El ingenio de los diseñadores permite cruzar un túnel de concreto, pintado e iluminado con tonalidades violáceas. Un lento crujir electrónico, latino y amazónico golpea mi cerebro y mi corazón con afán monocorde. Tum, tum tum, tum. Se abre la puerta principal y la imagen empaña mi visión. Los flashes y luces rojizas, naranjas, amarillentas, verdosas; las cortadoras; las esferas retro que reflejan platino en cada resquicio del local. Un chiquillo de unos dieciséis años menea su cuerpo como una batidora, ahora al compás de un techno salvaje. Asistentes: fácilmente superan los 350. El aire es viciado, espeso, caliente. Las prendas se te adhieren al cuerpo, el profuso sudor de los invasores te retiene. La zona es un solo de jadeos y sofocos implacables.

Alguien ha dejado correr el rumor que el show principal será sexo en vivo. Hardcore. Pero los organizadores, atinados, conscientes de que acá viene mucha gente, no necesariamente de la más urgida ni solamente homosexual, decide que, por lo menos por esta noche, se deje de lado tan audaz espectáculo. En el segundo piso, a través de una pantalla gigante, imágenes de una caótica presentación multimedia se suceden, invocando por igual publicidades varias, animaciones extravagantes, cuerpos desnudos, consejos de protección contra el SIDA y las ETS, historietas con doble sentido y una invocación a la tolerante y orgullosa de lo que se ha venido a denominar, con impecable ligereza, “su opción”. El Andrógino baila en la pista principal un mix de toadas.

Hay fauna para todos los gustos: mariconcitos afeminados, travestis glamorosas, tracas peluqueras feísimas, lesbianas bien machonas, chicas solas con muchas ganas de atinar, gay de closet que se esfuerzan por parecer rígidos, maperitos en busca de calidez y algo de plata extra, patas “bien varones, choche” que andan en plan chonguero, intelectuales y músicos subterráneos, viejos verdes en busca de compañía, parejas chica-chico en pleno agarre, gringas con harta sazón, borrachos absolutamente perdidos en medio del distorsionado paisaje. En la pantalla gigante se muestran las “bondades” de la nueva drag favorita del local; Francesca. En los baños siempre hay un sapo que mira de más, pero que no se atreve a hacer nada si uno no se lo permite. Dos patas agarrados, “de familia decente”, se miran, se miden, se desean, se abrazan y se besan bajo el sediento soundtrack de una canción del dúo lésbico ruso T.A.T.U.

Una niñita me mira con mucho detenimiento y llama mi atención. Tendrá unos quince años y es morenita, bajita, potoncita, coqueta. Me ilusiona la idea de que se fije en mí, sobre todo en este lugar donde el que viene, cualquiera sean sus gustos, siempre está bajo sospecha de mariconería. Sin embargo, en lo más interesante de su visita, detrás de ella, alguien que podría ser mucho menor que yo le hace una señal con el chasquido de los dedos, como señalando el momento de la archiconocida señal crematística. Caficho, me imagino. Lola, me resigno. Luego del Caliente, caliente de la diva Rafaella Carrá, suena casi al instante una pegajosa cumbia, “sacude el billete, sacude el billete…”

Desengañado, por decir lo menos, me refugio en la contemplación del respetable. Veo a una tía y un tío gordazos, maduros ya, acompañando a sus hijos o celebrando la presentación en sociedad del más refinado de sus vástagos. Chupan cerveza de a pico y hacen el ademán de botar la espuma al suelo con asombrosa maestría. Alguna rubia que trata de parecerse a Madonna me señala si deseo un trago; otro pata pirañón me indica al oído si nos aunamos a la chanchita para una jarra de algarrobina (que aquí se sirve en envase pyrex de plástico y sin sorbete), mientras suavemente, con toda la técnica que es capaz de mover el deseo, pasa fugazmente alguno de sus dedos a través de mi espalda. El recorrido manual por la espina dorsal ajena constituye práctica común y para aquellos que no están acostumbrados, puede resultar traumática u ofensiva. Sin embargo, todo ello es simplemente un juego, un divertimento, un tanteo ilusorio.

Como si fuera su casa (en realidad lo es), el showman Karlos Vela va y viene, sabiéndose poderoso y, en cierto sentido, deseado. Tiene la facultad de hacer reír, de manejar la pantalla de proyección, de reunir a los más distinguidos representantes del aro, de ingresar y expulsar gente de la disco. Su influencia es tal que, aunque no sea el administrador ni el dueño, dicta las reglas en este antro y lo hace con soltura, glamour gay y, obviamente, respeto. Los pervertidos se sienten dueños del local, pero más que pervertidos, parecen liberados portadores de una vocación por hacer lo que los sentidos, la cabeza y el corazón dictan. Ensayo un discurso desde mí, sueño infructuosamente con un retorno. El Andrógino coquetea con un chiquillo de tintes pajizos; intuyo que esta noche no dormirá solo en la pensión. Yo me encuentro en medio de la nada.

4:00 A.M. Me quieren sacar el número de teléfono. Yo soy cortés, como siempre me enseñó mi madre, y lo entrego. Antes de despedirme, al descubrir que escribo con la mano izquierda, Karlos Vela me dice, con mohín disforzado, que éste no es un mundo para un zurdo como yo. Quizá tenga razón, pero ¿para quién lo es? Viendo a todos aquellos que ahora cantan a coro Eternamente Bella de Alejandra Guzmán, despreocupados, libres, gente gay ó straight, comunes o especiales, simples mortales, habitantes de IQT al fin y al cabo, y sabiendo lo que se habla y dice fuera de estas paredes inundadas de verde neón, intuyo que a nadie le pertenece este mundo. Todos terminamos siendo extraños en nuestra propia y también extraña tierra.

24 noviembre 2005

Nuevo Libro de Cardenal

Antología Esencial
Ernesto Cardenal
Tierra Nueva-Iquitos

A raíz de la visita que hiciera Ernesto Cardenal a la amazonía peruana en setiembre, invitado por la editora iquiteña Tierra Nueva, ésta publicó una antología esencial seleccionada por el propio poeta nicaragüense. Este repaso del vasto repertorio lírico del fundador de la comunidad de Solentiname van desde los famosos Epigramas hasta Cántico Cósmico, pasando por los Salmos o la insuperable Oración para Marilyn Monroe y otros poemas. Prologados por el escritor loretano Percy Vilchez, los versos que componen esta pulcra producción editorial son una oportunidad para repasar a uno de los literatos vivos más importantes de Latinoamérica y una forma de dar constancia sobre los esfuerzos que se realizan en las provincias en favor de la difusión editorial. (Francisco Bardales)

23 noviembre 2005

Los Goonies


It’s not real if you don’t feel it
(Cindy Lauper)
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1985. Éramos cuatro: Arturo, alias “Gordo”, trejo, mofletudo y cobarde para las peleas cuerpo a cuerpo; Papo, pelotero, conversador, buena onda; Christian, tranquilo, reservado, estudioso; Yo, el freak del grupo. Andábamos por los siete años y en nuestra radio a pilas Phillips escuchábamos los últimos estertores de Thriller.

“Ese pata iba a ser el rey de rock, te ibas a acordar de mí”, decía siempre Papo, mientras se terminaba un delicioso Muss Cremino dos sabores. El Gordo había llegado de Mayami, extraviando sus pasos en los Yunaites, y lo mejor que se había conseguido eran la casaca oficial de la gira de Michael Jackson, con los nombrecitos de las ciudades donde iban a sonar sus conciertos. Lo odiábamos, en público, porque decíamos que era un big fat lier, pero en secreto lo envidiábamos. Era uno más de la pandilla y a los amigos se los respetaba, se los quería y se les aceptaba cualquier actitud posera (La ley de la vida ¿no?)

Iquitos era aburrida, pero nos parecía inmensa. Creíamos que no pasaba de veinte o treinta cuadras a la redonda, pero sus extramuros eran una aventura que no podíamos perdernos. En casa habíamos recibido el más grande regalo que un niño podría esperar: una consola de video juegos. Un Atari, señoras y señores. Regalo impresionante, con dos juegos, dos clásicos que nadie podía nunca en su vida olvidar: el desconcertante Combat (batallas infinitas entre dos cuadrados con una línea sobresaliente que la imaginación le asignaba el nombrecito de “tanques”) y, cómo no, el Pac Man, único, el más jugado, el más querido, el antecedente perfecto de posteriores layas de dudoso calibre como el Mario Bross o el Donkey Kong. El Pac Man era una actitud de vida, como de una vez convertirte en Rambo, en Comando, en el Terminator, en personajes de películas que nos habíamos soplado, sea en el cine o por el TVS.

La ciudad tenía en ese entonces cinco complejos definidos para disfrutar de los filmes: el “Iquitos”, puntero absoluto con estrenos de categoría; el “Bolognesi”, que nunca quería quedarse a la saga, el “Excelsior”, más céntrico y más oscuro; el “Belén”, experto en películas hindú y, con el paso del tiempo, en funciones porno continuadas; y el “Atlántida”, que sólo pasaba películas ya estrenadas en los otros cines antes denominados.

Mientras a nosotros nos contaban historias de tunchis, chullallaquis, mientras mi abuela María me recordaba sus viejas anécdotas del Yarapa, en el canal 10 nos mostraban las nuevas aventuras de Freddy Krugger y de mister Jasón. El Gordo siempre repetía al ver los destripamientos, la sangre, el festival gore una frase muy de su alienación: “So scared”. Todos sabíamos que era un miedoso total, pero que lo reconociese en inglés ya era como que demasiado.

Una mañana calurosa, mientras ensayábamos con unos pasos de la Grulla que nos la sabíamos de memoria por ver tanto Karate Kid, tanto Daniel-san y señor Miyagui, en un recreo de nuestras aburridas clases del San Agustín, el Gordo nos mencionó una película sobre tesoros, chicos en bicicleta, amores y aventuras. La iban a estrenar y parece que era super cool. Debíamos ir entre varios, debíamos ir en mancha, porque es APT, apta para todos. Eso sí, nada de chivitos que van con papitos, señaló contundentemente el Papo. “Acá la hacemos solos”.

Y efectivamente, habíamos visto algunos avances en la tele y algunos afiches en el cine Iquitos que nos emocionaban. Eventualmente fuimos una vermouth en sábado. Wow, era tarde, nuestros padres nos buscarían con la policía. Evidentemente, era la primera vez que iba sin compañía familiar a ver una película, la del Gordo y Christian también. Papo había ido una vez y eso lo colocaba como el hombre independiente, el tipo de roce, el experimentado, el Steve Mc Queen charapa de los ochentas. La idea nos parecía de por sí una aventura. ¡Y vaya que la hicimos!

En un caluroso cine, de largas hileras, con cientos de niños y padres, jovenzuelos manoseando a sus novias en la parte de atrás. La película fue impresionante, y desde el principio conectamos con la idea, la premisa básica del film: todo está en la imaginación. La imaginación al poder. Podíamos encontrar un tesoro, un barco fantasma, una cueva de laberínticas entradas, todo lo que quisiéramos crear y creer. Definitivamente quise ser como Mikey Walsh, el chico racional que no deja de soñar y cree que en el ático de su casa se encuentra el futuro del pueblo, la solución a la bancarrota financiera y el comienzo y ruleta rusa de una historia inolvidable.

Todos teníamos algo de todos los personajes, desde el molestoso Brand, el gordo Chunk, Corey el gran hablador, el imaginativo y achinado Data, y todos queríamos y amábamos a la lindísima Andy. Ella fue una de mis primeros amores cinematográficos, antes, obviamente de Elisabeth Sue haciendo de la novia de Ralph Macchio. Todos temíamos a la familia Fratelli, al hermano monstruoso y a la Mamá, verdadero ejemplo de mujer insoportable. Al final todos salimos de la película felices, excitiadísimos, hablando por demás, imaginándonos si esas locuras podían pasar en IQT, en 1985. En es instante nacieron los Goonies en la ciudad. La premisa básica era “Nunca digas Muerte”, y nunca te ibas a morir. La música ideal era, cómo no, “Good Enough” de la espectacular Cindy Lauper: “no es real si no eres capaz de sentirlo...”

Durante 1985, 1986, 1987 y parte de 1988, no encontramos fortunas, ni piratas, ni barcos que se conducían solos. Pero sí muchas modas, muchas locuras, muchos recuerdos. Vivimos la fiebre del dance y los patines, vivimos la moda del skate, las épocas en que estaba de moda llevar una zapatilla Converse All Star, de tener un Thundercat o un He-Man de juguete o mirar Mazinger Z y Ultra Siete, de comerse un helado en el Sunny y hacer fiestas de Halloween donde casi todos terminábamos vistiéndonos de zombies con las ropas rasgadas y las dentaduras plásticas de Drácula como adminículo central. Era le época en que todos queríamos jugar como Maradona y soñábamos con conocer a Pique, la mascota oficial de México 86’. Era la época que le hacíamos barra al CNI porque empezábamos a creer en las rivalidades eternas Alianza-Universitario, pero en el fondo todos nos íbamos mejor creándole fanfarrias mentales al River Plate. Paseábamos por la Plaza de Armas, íbamos a misa con la familia a la Matriz o a la recientemente inaugurada capilla del colegio y todavía era para nosotros territorio prohibido alguna discoteca o algún bar del Malecón donde IQT gastaba toda la plata que la fiebre pasajera de los “narcos” había impuesto con desvergonzado furor.

Los “Goonies” tomamos el Club Tennis por asalto y jugábamos “Shark” en la piscina. Por ahí nos contábamos historias y ya empezábamos a hacer barras por chicas. Ya empezábamos a inquietarnos. Tres años seguidos haciendo lo mismo y ya la niñez se estaba alejando. Más de uno había llegado a los temerarios 11. Una tarde, con Kosmar y el Chato “Sánchez”, con el pie fracturado por una mala maniobra, como invitados de nuestras tertulias vespertinas, alguien recordó el manifiesto que ya se empezaba a empolvar en nuestras mentes:

- Más tarde van a dar Los Goonies en la tele. ¿Por qué no vamos a verla en tu casa?, de paso que jugamos un poco de Atari...

El Chato, lisiado y todo, invitado y todo había dado en el clavo. Descubrió la clave secreta que el grupo tenía, nuestro motivo de unión. Era hora de dar paso al futuro. Tocar un poco las manos de la incertidumbre. Faltaba una suerte de digno epílogo para esta historia de casi tres años.

Y así, pues, decidimos recordar viejos tiempos. Podía ser que ya no éramos niños. Las hormonas estaban haciendo efecto en algunos de nosotros. Ya mirábamos con otros ojos, ya no teníamos ingenuidad excedente en nuestras miradas, ya los senos y las nalgas de loas cintas XXX no nos provocaban perplejidad, más bien cierto ardor. Podíamos darnos cuenta que nuestros padres no eran los superhéroes de las películas, de los videojuegos, de las historias que nos contaba la abuela. Eran personas de carne y hueso que sufrían y soñaban y se resignaban y preguntaban hasta cuándo la estatización de la banca iba a solucionar los problemas del país. Ya empezábamos a darnos cuenta que el país, que la ciudad no eran solamente nuestros amigos, nuestros recuerdos, nuestras ilusiones y caprichos. Algo iba a estar mal, realmente mal e iba a afectarnos a nosotros, al grupo, a la sociedad, al Perú entero.

No dimos tiempo para la nostalgia. Simplemente supimos qué hacer. Llegamos a la casa de Christian, buscamos su vieja patineta, repleta de calcomanías de “Eddie”, el monstruo favorito de Iron Maiden. Pusimos al “chato” Sánchez en ella, lo amarramos a una bicicleta, pedaleada por el Papo, Christian se subió a otra, el Gordo a su montañera Monarc. Kosmar y yo agarramos un camino de pies. Todos íbamos a la vieja casa de la tercera cuadra de Loreto. Queríamos jugarnos una partida de Space Invaders. Queríamos estar temprano, a las seis, para la función especial que el canal 5 iba a dar la película. Sabíamos que a lo mejor no la íbamos a ver juntos nunca más. En todo caso, íbamos a disfrutarla como si fuera el último exhalo de vida, con gaseosa, galletas, con juegos, y tesoros a punto no de encontrarse, sino de perderse en el caudal implacable del río Amazonas.

Nunca más se iban a hacer filmes como ese. Meses después, íbamos a recibir nuestro primer golpe de pubertad. Empezaban a jugarse los primeros descuentos del “futuro diferente”. Shock, paquetazo, crisis generalizada. Sólo se mostraba el gobierno más nefasto de la historia en todo su esplendor. Meses después, el Gordo se iba, para nunca más volver, de IQT. Algunos nos dispersamos, seguimos siendo los mismos, pero el mundo ya no era el mismo y había decidido, como en un mal final de cuento de hadas, que creciéramos, no sólo en estatura. La era de los Goonies había llegado a su fin.

¿Quién iba a pensar que, 20 años después, alguien se iba a aunar a las celebraciones mundiales por su aniversario desde el generoso clima tropical y desde las páginas de este diario? “Nunca digas Muerte” y nunca te irías a morir, nunca nada iría a morir, por más maltrecho que quedara. Así es la vida, a veces, de generosa.

KINSEY Y EL RECUENTO DE LOS DAÑOS

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Los hechos son simples: Rebelde, fanática de Súperstar y bailarina precoz del za, za, za, ha colmado la paciencia de su madre, agobiada por la pobreza, por la inutilidad del padre y el díscolo comportamiento de sus hormonas de mujercita de trece años que duerme en su misma casucha del AA.HH. 9 de Octubre, a la cinco de la mañana del día de hoy viernes dieciocho de marzo. La Comisaría del sector no está muy lejos, y, bueno, es hora de que la ley dé una severa reprimenda a tanta juventud desbocada. La madre ordena, casi a gritos, que la aseñorada se vista decentemente para visitar al señor policía, para que le dé unos buenos consejos que le permitan cambiar su actitud. La mujercita casi no quiere escuchar, sigue buscando que pasen la última canción de Pedro Suárez-Vértiz en la Karibeña y piensa en pases doble para ir a bailar esta noche con Explosión en el Complejo del CNI. Una bofetada leve y un tirón de sus negrísimos cabellos le devuelve casi en el acto a este plano terrenal.

Resignadas, en ropas ligeras pero al mismo tiempo decentes, la buena mujer y la mujercita llegan a la dependencia policial. Los recibe el siempre solícito Técnico de Segunda, Oswaldo Mori Macedo, cuarentón que siempre había infundido respeto y confianza a la mujer, por su uniforme y aspecto obispal. Hablan madre y policía. La hija escucha, nada dice, sólo piensa que quiere irse urgentemente de ahí. Algo le hace dudar de esa mirada extremadamente fija, de esos ojos inquisidores, de quinceañero apostándole al deseo carnal. “No te vayas, huevona”, pensaría en silencio, pero el orgullo, la arrogante juventud, el estúpido sentimiento de creer saberlo todo, sofocan en su garganta cualquier protesta contra el inminente peligro.

Y el obispal policía, agazapado entre las brumas de la noche, entre la tentación carnal, entre los efluvios de una vida sexual frustrante, por fin encuentra en esa pieza de frágil carne - que escuda su miedo en el mal humor - el sentido y el fin de la perversión más intensa y antisocial. La ahoga prontamente en el silencio de la mañana, del pegajoso calor del amanecer, en la mordaza de brazos, piernas, torsos flácidos y embustes de la piel, la amordaza, mientras ella deja de resistirse ante la violencia, los gestos y la amenaza virtual, pensando en ese embate, esa punzada dolorosa y ardiente, que ni la más estruendosa lección de achoramiento entre barrios infra-proletarios la podría haber preparado nunca para perder la virginidad de ese modo y en aquél sitio.

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En Londres, por estos días, muchas salas de estreno exhiben, con relativo éxito, Kinsey, suerte de biografía sobre el científico de homónimo apellido, famoso por realizar estudios sobre la sexualidad en la Norteamérica de más de medio siglo atrás. Algunas salas de Liverpool incluso tienen una particular cola antes de cada emisión. Esta nueva película del cineasta Bill Condon ha tenido mayor acogida en Europa que en USA (a pesar de sus diversos premios de crítica internacionales). Varios sectores conservadores han rechazado este esfuerzo por recrear la vida de tan importante sexólogo, cuyos estudios crearon conmoción entre la puritana y macartista sociedad de los años cincuenta, sobre todo porque develaron lo que era un hecho práctico: los seres humanos son tan complejos en cuanto a su comportamiento sexual y cómo lo expresan, de modos a menudo tan antagónicos con los parámetros religiosos o culturales de su época.

He ahí en que USA se miró como en un espejo. Lo que vio le disgustó. Los seres humanos siempre tienden a ocultarse tras máscaras o barrotes impuestos por la convención, por la sociedad, sobre la base de intereses que pueden ser a veces de toda la colectividad, pero también son influenciados por ideologías, (cuerpos cerrados de ideas que pretenden ser ciencia, pero en verdad son religión ú actos de fe, como escribió alguna vez Mario Vargas Llosa). Uno de los principales vehículos de la ideología es la predominancia de sus postulados, aunque ellos, mayormente, estén basados en la irracionalidad o la mera intuición. Alfred Kinsey, cuya labor de biólogo lo había hecho particularmente afecto al estudio de los insectos, usó su labor entomológica para, a partir de sus propias fobias y sus propias ignorancias en materia sexual, aplicar el marco más riguroso y amplio posible sobre lo que hacía los norteamericanos en la intimidad.

Seducido por los estertores de la primera visión del filme, repetí la experiencia en un cine de Lima esta semana. E inmediatamente corrí a ubicar los libros más representativos de la bibliografía del doctor Kinsey: El Comportamiento Sexual del Macho Humano (1948) y, sobre todo, El Comportamiento Sexual de la Mujer (1953), ésa última más polémica y mucho menos valorada, que dio pie además a una serie de infamias, calumnia y acusaciones del afiebrado puritanismo de la época contra los trabajos del científico. Desde ese punto de vista, he tratado de entender el comportamiento del policía que, seducido por sus impulsos más ocultos, viola a una púber en un sitio que debería a ser la casa de la ley, del orden, de la normalidad.

Si hay algo que no llegamos a saber nunca es el comportamiento sexual de las personas. Kinsey, en ese sentido desentrañó esas sombras y encontró cosas demasiado reveladoras para pasarlas por alto. En estudios que abarcaban más de dieciocho mil entrevistas personales a lo largo y ancho de su país, establecieron por ejemplo cifras inobjetables: el 90% de los hombres y el 50% de las mujeres se masturban con frecuencia, la mitad de las mujeres y el 85% habían tenido sexo antes del matrimonio, entre el 30% y 45% de ambos sexos practicaban con frecuencia el adulterio, que un 35% había tenido por lo menos una vez en su vida una experiencia homosexual y que un 10% se podía considerar como homosexual permanente. Kinsey, de este modo, desterró una serie de prejuicios y clichés sobre la actividad sexual. Con el correr de los años, estas estadísticas no sólo no ha disminuido, sino más bien se ha afianzado (El sexólogo Fernando Maestre, en reciente y lúcida entrevista con César Hildebrandt, señaló que el porcentaje de las experiencias homosexuales planteada por Kinsey en 35% se ha habría incrementado hasta un 40% o 42%).

Ante ello, es difícil no sentir contradicción por las encuestas que, a boca de jarro, por ejemplo, señalan que los peruanos repudian fuertemente la homosexualidad o reflejan que, minoritariamente han llegado desvirgados al matrimonio o casi no le ponen cuernos a sus parejas. Mi hipótesis es muy sencilla: las personas mienten a menudo sobre su vida sexual, más aún cuando es en público o, más aún, en algo que les vaya a afectar los sueños, utopías y emociones que cada uno tiene dentro de sí.

Nuestra zona, por ejemplo, tiene estadísticas siempre interesantes. Los varones loretanos que frisan más de 25 años en la actualidad ha tenido su primera experiencia sexual como promedio a la edad de 14. Más o menos un 80% lo ha hecho con una prostituta o en un burdel. El sexo anal es una práctica más usual de lo que se pensaba. La estadística revela que el miedo al condón se basa en que, presuntamente, disminuye en considerables promedios el goce sexual. La actividad incestuosa ha sido constante, y aunque bastante minoritaria, nunca ha dejado de manifestarse en la cronología. Es decir, hay datos que combinan la realidad, la ignorancia y el placer. En ese aspecto, mucho de culpa tienen las autoridades respectivas y la religión, los primeros por no tomar en serio un aspecto fundamental de la conducta y los segundos por distorsionar la misma en función de sus propias represiones y de espíritu (y, a veces, también de cuerpo).

Entender al sujeto “normal” que un día decide cometer una violación y luego entrar en una crisis de escrúpulos no es sinónimo de justificarlo. En ese sentido, bien se haría en imaginar que estas psicopatologías son aborrecibles, más que todo, por el condicionante social. En algunas sociedades menos desarrolladas aún se practica el sexo con niñas como una forma muy común de darles el paso hacia la adultez. La literatura nos ha legado casos tan representativos de la lucha constante entre el deseo y la sociedad en soberanas obras maestras como Lolita, de Vladimir Nabokov, o Muerte en Venecia, de Thomas Mann. Mucha gente desea a los infantes y adolescentes (al punto que la pedofilia, que puede ser aborrecible y a pesar que algunos de la combatimos, sigue siendo un negocio enormemente rentable para algunos) y, además, tiene fantasías con orgías, sexo duro, fantasías que nunca van a llegar a ocurrir por el temor al condicionante social o por la indiferencia que le producen dichos actos, más que por los infiernos y las condenas eternas que pronostican los miembros de la curia católica (en cuyo seno se han producido, que yo recuerde, los más sonados y deplorables casos de abuso sexual).

Lo que, en todo caso, no es admisible es que el sexo (que es la forma más importante de alcanzar el goce) se convierta en un vehículo para infligir dolor y sufrimiento, tanto físico como mental. Por eso son repudiables, en absoluto, las violaciones y la pedofiliacomo mercancía, por ejemplo. Éstas graban como una marca indeleble le existencia de los afectados, no sólo en el momento mismo del hecho, sino sus consecuencias son perdurables a futuro. Por eso la actitud de dicho policía es miserable: porque lo hizo con violencia, sin consentimiento y abusando del poder que le confiere ser fuerte, adulto y autoridad; no necesariamente por el comportamiento sexual en sí, que, por lo demás, no es peor que el que practican muchos considerados “normales” en la privacidad de sus respectivas alcobas.

Tomo prestada de una famosa canción de la cantante mexicana Gloria Trevi, que acaso no haya sido puesta aquí por mera casualidad, para ilustrar el título de este artículo. Conocer al ser humano, con sus dudas , contradicciones y apetencias más intensas y soterradas, fue el trabajo que le dio gloria y denuestos al doctor Kinsey. Pero lo que perdura es que sus estudios son reales, sinceros y se basan en el desenvolvimiento mismo, no en las consecuencias físicas, psicológicas y morales que produzcan. Entender el amor y la comprensión ligados al sexo es un modo de asumir que éste último no terminará convirtiéndose en un recopilador de bajezas y miserias que en el futuro reaparezcan en nosotros, a manera de un recuento de los daños que la estupidez y la maldad (no el placer) generan siempre en cada una de sus paticulares víctimas.

Halloween: escenas de la lucha de clases en San Isidro

Halloween: escenas de la lucha de clases en San Isidro
Francisco Bardales

San Isidro, el barrio limeño donde vivo hace un tiempo (y al que felizmente he regresado luego de un prolongado periplo iquitense) suele convertirse en determinadas ocasiones en un microcosmos del cual muchos pueden extraer pequeños fragmentos de la más extraña vida. Entre la opulencia del Golf, el cuadrado verde en que se asientan los penthouses y residencias más lujosas de la zona; y el venido a menos y miraflorino barrio Santa Cruz, testimonio de la decadencia de la clase media obrera, existen, a veces, puntos medios desde los cuales uno puede disparar su observación. La lucha de clases se desarrolla todos los días, bajo la victoriosa moda de celebración del famoso día de Brujas o, pronunciado en forma más distinguida, Halloween.

Recién bajado del avión que me devuelve al hogar, mi primera impresión es darme un recorrido por cuánto ha cambiado el panorama. Es 31 de octubre y los preparativos de la fiesta están en todo su furor. San Isidro es un gran rectángulo que se acaba en los puntos cardinales respectivos, todos ellos especialmente visibles por el gran trabajo del actual alcalde Jorge Salmón, pero sobre todo, por ese aire tan particular que mezcla riqueza y estilo de vida, muy caro a los suburbios de las ciudades de Estados Unidos (american way of life), así como un gran sentido de “clase” que caracteriza a los sanisidrinos; es decir, la convicción de que nadie podrá dejar de visualizarlo, de tenerlo a tiro de ojo, de darse cuenta que no hay otro como él/ella. Esa fascinación se ejerce debido a criterios varios: los ancestros, el posible y lustroso título (¿nobiliario?), las relaciones interpersonales, el club, el color de los ojos, el cabello ligeramente desteñido, el dinero ligeramente rebosante, o, en el peor de los casos, el dulce recuerdo de mejores tiempos nice.

Pero, este último día de mes, también permite distinguir que al fin y al cabo, somos una nación de peculiaridades e ironía. Estamos iniciando en el siglo XXI con la oreja adherida al colonialismo mental del XIX. Muchas de las estampas parecen sacadas de Un mundo para Julius, la novela de Alfredo Bryce que retrata los dos fuegos entre una oligarquía preocupada en sus asuntos materiales y una servidumbre obrera esperando el momento indicado para luchar por una vida (y una billetera) mejor.

Porque no es menos cierto que durante el día, un ejército de sirvientes, mayordomos, jardineros, choferes, apostados en la zona donde viven juntos –pero nunca revueltos –Genaro Delgado Parker, Baruch Ivcher, María Teresa Braschi, David Waisman o Dionisio Romero (sólo por citar algunos de los top), también se preparan de noche para que sus hijos celebre la noche de las bruja, el jalohuei, como debe ser. Claro, porque la señora de la casa podrá ser la patrona de afuera para adentro, pero de ninguna manera viceversa, así que tranquila, nomás, lady, nada de amotinamientos, que los empleados también tenemos derechos, qué caracho.

Y resulta muy divertido darse cuenta que el severo aire de tranquilidad de San Isidro empieza a romperse de poco, especialmente cuando el tiempo se detiene y aparecen las escenas más importantes del nuevo ascenso. Porque aquí, como dice el spanglishiano Daddy Yankee, son cosas que pasan en barrio fino. Este barrio de alta alcurnia no tiene las características de Iquitos, donde la democratización permite que en una sola calle vivan juntos, por igual, el profesor, el dueño de media ciudad y el zapatero; en tanto sus hijos son iguales y hacen las mismas palomilladas bajo el mismo sol (aunque quizás con diferente marca de zapatillas). No, pues, en San Isidro se dan las escenas más importantes de una batalla constante y consciente entre los dos más importantes extremos del destino.

No hay duda que podemos sentir un pequeño abrazo de amor de los grandes triunfadores, de los poderosos, de los dueños de todo. Pero siempre será superficial, apenas epidérmico, frivolón. No importa, porque, aunque quizás la gran clase crea que se encuentra frente a una escena de la Tierra de los Muertos de George Romero, donde los zombies (que pueden ser “ellos”; es decir, los “otros”) toman por asalto sus refugios y ghettos y lo destruyen o se adueñan de ellos y lo conquistan, así fuera lo último que se deba hacer en este bendito tiempo-espacio.

Y los niños proletarios, con sus disfraces bamba, su parafernalia monstruosa de segunda mano, su atuendo made in Mercado Central y de un momento a otro definen con la mejor de las emociones y se lanzan al ruedo a celebrar su fiesta como si estuvieran en la más importante de las aristocracias con cara de vela derretida. Saben que el distrito no les pertenece, pero su derecho de posesión es mucho más importante, porque sus padres, o ellos mismos han caminado mucho por Camino Real, Las Begonias, Coronel Portillo, creyendo que les dicen que Malibú está a un paso del Ovalo Gutiérrez y ellos sólo pueden ver la opulencia desde las ventanas del micro que los lleva al Cono Norte, al Cono Sur, incluso más allá. Esta fecha es de todos y nadie tiene la soberana concha de quitarles la posibilidad de soñar.

Y así, con sus calabazas de plástico, y sus caramelos a granel, con sus galletas de animalitos, les hacen la competencia a los niños de la oligarquía. Aparecen como buenos, saben lo que les toca y saben qué puerta tocar. Amenazan convertir el más hermoso barrio en un crisol de razas, de emociones, de situaciones. No existe canción criolla, tampoco las órdenes de la señora de la casa. El Olivar y Diagonal son una sucesión de rostros cetrinos, humildes pero poderosos que saben que en el momento de sentir la emoción de ser niños y tener la ilusión de tener en sus manos la opción de la satisfacción.

Yo, mentalmente, me traslado a 1989, y recuerdo sin ninguna duda las más intensas historias de Scenes From the Class Struggle in Beverly Hills, adaptación fílmica corrosiva del gran escenario de disputa de las clases sociales, dirigida por Paul Bartel. Las grandes señoronas les tiene miedo, les temen, les preocupa que el barrio se vaya “oscureciendo”, pero, aunque no lo quieran, esta es una decisión irreversible. La vida ya les ha dado un triunfo a estos pioneros imberbes que, sin querer queriendo, le asestan una estocada más a la exclusión. Qué chévere que haya sido en el día más bizarro del año, mientras las brujas danzan en su caldera y Soda Stereo se mofa de los ricachones con una terrorífica y cachosa versión de ¿Por qué no puedo ser del jet set?. Say no more.

Ironias del Fútbol

IRONÍAS DEL FÚTBOL

Acabo de ver la divertida - aunque menor - película “Gol”, dirigida por Danny Cannon y protagonizada por Kuno Becker y Alessandro Nivola. Los cinemas de Buenos Aires se repletaban en horario vermouth (que da lo mismo que decir más allá de las nueve de la noche)porque muchos querían ver también en esta historia clásica del chico-pobre-y-latino-crack-insuperable- triunfador-en-Europa el símil deforme y desnivelado – obviamente – de Diego Armando Maradona, el último dios vivo de la Argentina, que clausuraba por todo lo alto su ciclo de programas televisivos, titulado arrogantemente "La Noche del Diez”.

Peruano y más bien humilde, yo más bien emparenté la trama del filme con la historieta de nuestro compatriota Nolberto Albino Solano Tocco, alias el “maestrito”. Claro, Solano no es como el héroe ficticio de hollywood, Santiago Muñez; no tiene su pepa ni su cuerpo ni las hembritas que se le lanzan a cada paso rodante sobre las calles de L.A. Pero la historia está ambientada en las frías y lluviosas tierras, donde reposan las duras y antiguas vigas del estadio St James, sede del popular club inglés Newcastle United. Pero nuestro gran crédito nacional (símbolo de una era fracasada del balompié de estos reinos), magrito y con el rostro típico de lo que los sociólogos huachafos llaman “peruano emergente”, con sus piernecitas delgadas y su anatomía incontinente, genera la mejor idea de que se pueden hacer cosas grandes con tan poco material. Sólo que lo que no debe faltar es inteligencia y esfuerzo. “Nobby” did it.

Sí, ya sé que suenan súper cursis las barrabasadas infligidas contra su lectura, paciente lector, pero el punto que quiero desarrollar, y quizás usted me pueda ayudar, es la capacidad tan impactante que tenemos los seres futboholizados de vivir el fútbol y de imaginar que en un campo de 90 x 70 se define la vida, las amistades, incluso el orgullo de una Nación, muy a pesar de las rabietas de Jorge Luis Borges, quien nunca entendió cómo 22 tipos en pantalones cortos podían correr desaforadamente tras una pelota.

No pues, el Genio se equivoca de cabo a rabo, precisamente porque hay un sentido que da fuerza a esa pasión irremediable que consiste en dejar que por un momento el ser racional se combine con el hombre de Altamira y, junto a lap tops y maquinas ultramodernas desate su desaforada pasión por las pinturas rupestres y el clan. Porque el fútbol es una pasión incurable. Y porque, contra el creador del astronómico Aleph, se levanta el vate uruguayo Eduardo Galeano, y empuña las armas con disciplinada militancia: el fútbol es el ritual de sublimación de la guerra, esos seres que se entrelazan en patadas, laterales, fouls, off sides y penaltis son la espada del barrio, de la ciudad, de la nación; sin armas ni corazas exorcizan demonios de la multitud.

Porque el fútbol, agudo lector, es la emoción que nos hace vivir tan bien o tan mal. Y hasta el más simple de los mortales que tenga un poquito de corazón sabrá que de los resultados, de las estadísticas, de la tabla de posiciones y el gol de la fecha también se vive. Con stress, con disfunciones estomacales, con estreñimiento, con dolores de cabeza, con sudoraciones, con mal humor. Pero también con euforia, alegría, emoción inusitada, fe ciega, súbita conversión religiosa.

En el fútbol se destaca la condición humana. Y por eso la música y la literatura (mucho menos el cine, también es cierto) han tratado tanto al tema, al punto de que hay verdaderos fans del fútbol metidos a escritores y viceversa. Porque ante la pasión de Mario Vargas Llosa, Horacio Quiroga, Mario Benedetti, Camilo José Cela, Albert Camus ceden, como contrapartida, las experiencias verdaderas de artistas de la esfera como Jorge Valdano, Ángel Cappa, Freddy Ternero que nos retribuyen con pluma canto estratega. Y porque existe gente como Joan Manuel Serrat, Fito Páez, Manu Chao, Los Piojos, Vicentico, que le cantan al dios olímpico del mismo modo como El Pelusa se mete a un estudio de grabación y le hace el trío a Pimpinela. Y porque hemos crecido con el tema en la tele, en las series como El Chavo del Ocho, porque conocemos más del ¡Monterrey, Monterrey! o le vamos al Necaxa como Don Ramón o las peripecias del “Tigre” Borja, héroe del Chavo y de Kiko antes que recordamos que alguien como Rubén Techera compuso el himno de Universitario, o que Raúl Vásquez se lanzó al ruedo y nos puso en la memoria ese gran estribillo de “Se va, se, se va el Alianza para campeón/ se va, se va, Alianza Lima corazón”.

Son ironías del fútbol que este año los compadres no vayan a tener ningún motivo que celebrar, porque todo queda definido como para que Cienciano y Sporting Cristal jueguen el play off final de diciembre. Y porque es posible que la ciudad más ejemplar del mundial Sub 17 que ha ganado el trofeo Fair Play 2005, es decir Iquitos, no tenga un equipo en la profesional desde 1992. Y porque el estadio Max Augustin debe confromarse a ser un coloso de concreto por donde sólo se recurre a la contemplación de malos partidos de la segunda local. Y porque es increíble que hayan transcurrido veinte años desde la apoteosis del triunfo del Hungaritos Agustinos en la Copa Perú y ahora dicho club se encuentra virtualmente desaparecido de cualquier atisbo de presente. Y porque, una vez más, nos quedamos sin mundial de fútbol y haya medios que titulen ,con cacha o imbecilidad, que no quedamos últimos, sino penúltimos en la tabla de Sudamérica. Y porque matemáticamente podemos clasificar, y porque la dirigencia trabaja silenciosamente por el fútbol, y porque somos hinchas dentro y fuera de la cancha, y porque la bola siempre y sólo siempre se ve mejor cuando se la coloca con tiro libre magistral allí donde anidan las arañas.

Un libro que me llamó mucho la atención en una rápida visita por librerías, fue uno que se titulaba Selección Peruana 1990-2005, once relatos de talentosos escritores peruanos contemporáneos. Lo gracioso era que llevaba como fotografía de carátula una composición sobre la base de una estampa de la famosa selección futbolera del ochenta y dos (Duarte, Salguero, Olaechea, Chumpitaz, “Panadero” Díaz, Gonzales Ganoza, Mosquera, Cueto, Uribe, Ravello y “Patrulla” Barbadillo). Inmediatamente lo compré, fui a mi casa, prendí la tele, me senté a esperar que la “U” le ganara al Melgar en Arequipa, mientras en el tocadiscos Páez cantaba “Dale alegría mi corazón” y pronto era domingo, día sagrado para vivir una vez más la emoción del fútbol, la ilusión de la vida...